AMOR

AMOR

Los Leones quedaron fuera. Una tercera parte de la afición, la que aplaude y sufre a los melenudos, vive el mismo luto que los seguidores de los Cardenales y los Bravos. Pero la pasión con que algunos fanáticos caraquistas han asumido el fracaso marca una diferencia.

Sí, fue un fracaso. Hubo infortunio y sucesos inesperados, pero el objetivo era trascender y eso no se consiguió.

También hubo errores, claro, y detectarlos con honestidad será necesario para que sirva de algo el proceso que pronto iniciará el alto mando capitalino.

Caracas nunca tuvo una rotación estable ni un lineup. En atacar ambos problemas empieza la ruta de la reconstrucción. Pero el arrebato del dolor puede conducir a algunas injusticias.

¿Fue la rotación un fallo de la gerencia? Jarret Grube, Shunsuke Watanabe, Yoanner Negrín y Buddy Boshers han podido ser una sólida base, pero Grube se fue en noviembre, Watanabe llegó tarde, a Negrín se le murió su padre (lo que afectó su desempeño y causó su prolongada ausencia) y Boshers se lesionó.

El equipo, además, contaba con Jhoulys Chacín, Armando Galarraga, Carlos Carrasco, Guillermo Moscoso, Víctor Gárate, Fernando Nieve y Franklin Morales. Todos dijeron que probablemente actuarían, pero no pudieron o no vinieron.

¿Ató esto las manos del tren ejecutivo? Sin duda. Pero igual debe generarse una reflexión, a partir del ejemplo de equipos como Anzoátegui y Aragua, que lograron rotaciones importadas estables, sabedores de que no contarían con brazos nativos para esa tarea durante buena parte de la zafra. ¿Dónde estuvo la diferencia entre ellos y los metropolitanos?

También hubo una dosis de mala suerte en la imposibilidad de armar un lineup. Los números de Thomas Pham entre triple A y Grandes Ligas le convertían en el primer bate y centerfielder ideal para cualquier elenco del Caribe. Josh Whitesell tenía historial para ser el cuarto bate y designado todo el año. No pudieron con la liga y fueron despedidos.

Todo eso signó el destino del equipo. Cuando por fin apareció el sucesor de Pham, el popular “Luis José”, L.J. Hoes, éste se marchó por motivos familiares. Y lo mismo ocurrió con Trayvon Robinson en plena recta final. ¿Culpa del alto mando? Esto no, probablemente.

Pero si bien hay claros atenuantes, también hay decisiones cruciales que evaluar.

Despedir al manager Dave Hudgens, por ejemplo, no fue solución y quizás terminó por ser un problema más.

Guste o no su estilo, Hudgens jamás ha sido eliminado en la LVBP y estaba en el cuarto puesto al ser dado de baja. Conocía a la divisa y las presiones del circuito. A la postre, el equipo terminó séptimo con Pedro López al frente.

Si el estadounidense fue repetido, era porque contaba con un voto de confianza para seguir adelante. Pero si no tenía ese voto de confianza, al punto de que fue sacado antes de que la situación fuera desesperada, ¿para qué traerlo desde el comienzo? ¿No hay aquí una paradoja?

Por decisiones del nuevo piloto y por razones complejas de manejar, bates que eran fundamentales, como Carlos Pérez, Daniel Mayora y Danry Vásquez, dejaron de jugar o vieron menos acción de lo que parecía necesario.

Es verdad, había que alinear en algún sitio a los que llegaban, como Alex González, Jesús Sucre, Yorvit Torrealba, Jesús Guzmán, Bob Abreu y Franklin Gutiérrez. Pero la ofensiva perdió su impulso con Pérez y Vásquez en la banca.

¿Había que mantener a los jóvenes y dejar fuera a los veteranos? El aporte de González sugiere lo contrario: su bate fue clave cuando más era necesario.

Las dificultades del resto del grupo sugieren que el Caracas haría bien si revisa su política de permitir jugar a sus figuras e importados sin someterles a un tiempo suficiente en la paralela o a repetidas prácticas de bateo con pitcheos en vivo. Parece estar probado que dos o tres días de preparación intensa no bastan para tomar el ritmo del swing.

Esto último tampoco es novedad. Lo aplicó con gran éxito Buddy Bailey durante la dinastía de los Tigres, sin importar que un importado o un criollo de peso debiera estar dos semanas seguidas en el Programa de Desarrollo, por el bien de la divisa.

La lesión de Jesús Aguilar y la implosión del bullpen por segundo año consecutivo, debido nuevamente al exceso de trabajo (por el fracaso de la rotación), terminaron de completar la inevitable eliminación.

Lo del relevo clama por correctivos. También se agotó por causa semejante y fue la razón del fracaso en la 2013-2014. Es grave que el problema se repitiera.

Hubo aciertos, claro está. La importación resultó mucho mejor de lo que piensa la opinión pública. Los lanzadores extranjeros tuvieron récord positivo y mejor efectividad colectiva que los nativos, cuya marca fue negativa. Los bates foráneos también pusieron promedios superiores a los nacionales.

Grube, Negrín, Hoes, Robinson, Boshers, Félix Pérez, Kyler Newby y Tiago Da Silva son una buena base para empezar a negociar el contingente de la 2015-2016.  

A la fanaticada también le toca evaluarse. Está bien pedir correctivos y exigir responsabilidades. Es su derecho. Pero ¿de qué ayuda pitar a un importado que ha fallado sus primeros turnos, recién llegado a Venezuela, o a un criollo que comete varios errores seguidos? ¿Se gana algo con eso?

¿De qué sirve perder la ventaja de ser local, dejando de alentar a tus jugadores y poniéndoles más presión sobre sus hombros, haciéndoles sentir que juegan frente a dos aficiones rivales, la propia y la contraria? ¿Ese no es más bien el papel de los adversarios?

La fanaticada, con su estímulo, también puede marcar diferencia entre triunfar o perder. Y si es necesaria una reflexión para encontrar aquellos aspectos que deben mejorar, es preferible que nadie deje de considerar su aporte y en qué falló.

La legión caraquista tiene todo el derecho de estar dolida. Había grandes expectativas.

Toca ahora ser justos y determinar con claridad dónde hubo errores y dónde mala suerte, para que la evaluación que comienza llegue a un buen final.

Publicado en El Nacional, el domingo 4 de enero de 2015. Versión ampliada para la página web.

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