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Las 165 familias japonesas que partieron en el navío Kasato Maru el 28 de abril de 1908 no estaban muy seguras de cómo era el destino que les aguardaba al cabo de cincuenta días de viaje, pero sí sabían una cosa: iban a trabajar. Mucho. Y no solo ellos, sino todos los casi 180.000 nipones que, hasta 1940, desembarcaron en el puerto de Santos.
La historia de la inmigración japonesa en Brasil es esencialmente esa: la de un país necesitado de mano de obra, que recibe a gente que, por alguna razón —ya sea guerra o crisis demográfica— prefiere dejar su patria. Es una historia a la que los brasileños aportaron su hospitalidad y flexibilidad, y los japoneses trabajo y disciplina. La aventura de esta población salió tan bien que con el tiempo la ecuación ya no se limitaba a ser esa. Las generaciones fueron pasando, y los inmigrantes se integraron hasta tal punto que pronto hubo japoneses más brasileños que los propios brasileños. A veces, incluso en el fútbol.
Pensemos hoy en Ronaldinho: el regate de la “viborita” o “elástica”, en el que empieza a llevar el balón para un lado, con el exterior del pie, y a medio camino lo empuja hacia el otro. ¿De dónde lo sacó? De Roberto Rivellino, ¿no? En absoluto. Lo inventó Sérgio Echigo, un nisei, hijo de inmigrantes japoneses, que jugó en el Corinthians en la década de 1960. “En un entrenamiento de los reservas, controló un balón en el lateral e hizo eso. Envió a Eduardo, un central nuestro, casi para fuera del campo”, explicaría Rivellino años después. “Yo lo miré asustado: ‘Japonés, ¡¿qué es eso que has hecho?!’. Y él entonces me lo enseñó. Lo único que Echigo dice es que la ‘elástica’ la inventó él, pero que yo la perfeccioné”, bromeó el campeón de la Copa Mundial de la FIFA 1970™ con Brasil.
Y viceversaY, si en el fútbol la inmigración japonesa lograría crear un nuevo regate, en la otra dirección, la emigración brasileña hacia el país asiático, tampoco se limitó a la exportación de talento y creatividad. En 1991, el Kashima Antlers eligió a Zico para que fuese su gran embajador —y, por extensión, de la incipiente J.League en su conjunto— debido, principalmente, a su gran calidad con el balón en los pies. Pero ambas partes se sintieron tan cómodas que la colaboración acabó ampliándose. Hoy el brasileño tiene dos estatuas y un pequeño museo dedicado a él en Kashima también gracias a su contribución en el aspecto por el que es más conocido Japón: el rigor y la organización.
“Yo sabía que ellos querían que jugase, pero no sabía si podría. Dejé claro que, con 38 años, ya estaba cerca de colgar las botas, y tenía la intención de hacer más. Mi idea era ayudar a la transformación del fútbol amateur en profesional, y como mi propio temperamento tendía a coincidir con la cultura japonesa —de disciplina, superación, determinación— las puertas se fueron abriendo, y conseguimos desarrollar mucho todo el fútbol del país”, cuenta Zico a FIFA.com. “Al final, me hice seleccionador de Japón [en 2002, hasta 2006] sólo por ellos, por el pueblo. Los japoneses siempre habían mostrado tanto agradecimiento hacia mí que no me pude negar. Pasé a vivir experiencias del día a día —fuera del campo, de la propia cultura— que hicieron que me sintiese muy cómodo en el país. Fue la mejor experiencia posible para empezar mi carrera de entrenador”.
Mi patria, tu patriaPor buenas que hayan sido históricamente las relaciones entre japoneses y brasileños, las diferencias culturales entre unos y otros —y entre un fútbol y otro— no pueden ser ignoradas. Resulta difícil saber qué misión fue más complicada: si la de un brasileño encargado de hacer germinar un fútbol casi amateur, como hizo Ruy Ramos, o la del primer nipón que trató de hacerse un hueco justo ahí donde Brasil tiene mano de obra más cualificada.
Después de incorporarse, procedente del Shizuoka, a la cantera del Juventus de São Paulo en 1982, con 15 años, Kazuyoshi Miura no solo cumplió su sueño de alcanzar la profesionalidad en Brasil, sino que lo hizo a alto nivel, jugando en un club como el Santos. Nada fácil para alguien venido de un país hasta entonces sin tradición en el deporte que tanto enorgullece a los brasileños. “Yo era joven: llegué al Santos con 21 años, y aprendí mucho, dentro y fuera de la cancha”, dijo Kazu, en un perfecto portugués, al ser designado embajador del Santos en Japón en 2011, año en que el equipo viajó a la Copa Mundial de Clubes de la FIFA. “Estoy agradecido por el cariño que la afición del Santos siente aún hoy hacia mí”.
En el caso de Ruy Ramos las dificultades fueron distintas, aunque el cariño idéntico. Y con la diferencia, además, de que su relación con el nuevo país se convirtió en algo más fuerte y duradero. “Llegué a Japóncon 20 años, en 1977: una época en la que no había casi nada. La liga era amateur, y los campos de tierra. Y, para comer, sushi. Mi vida era eso”, bromea en declaraciones a FIFA.com.
“Pero me adapté. Es más, me apasioné. Mi patria es Japón. Soy japonés”, afirma, luciendo un tatuaje con la bandera nipona en el hombro, mientras cuenta cómo aprendió el idioma, se nacionalizó en 1988, jugó con la selección japonesa y no ha regresado a Brasil más que para pasar algunas semanas de vacaciones. Y todo eso, claro, explicado con un puro acento y expresiones propias de Río de Janeiro.
A día de hoy, es ya famosa la naturalidad que caracteriza las relaciones entre las dos culturas. Cuando aterrice en Brasil el próximo mes de junio para disputar la Copa FIFA Confederaciones, la selección campeona de Asia sabe que estará representando de algún modo, además de a los habitantes de Japón, a una colonia de más de 1,5 millones de personas en la nación sudamericana: la mayor población de descendientes de japoneses en todo el globo.
“Ya he intentado imaginar cómo será eso, y más aún en un país tan apasionado por el fútbol como Brasil”, dice el seleccionador de Japón, el italiano Alberto Zaccheroni, a FIFA.com, al hablar de la participación de sus discípulos, que inauguran el torneo precisamente ante los brasileños el 15 de junio en Brasilia. “Sin duda, es un estímulo más para nuestros muchachos, pero también una responsabilidad. Es como estar en cierto modo en casa”.
El tiempo ha pasado, y el fútbol japonés está ya en otro nivel, aunque hay cosas que no cambian. La sensación de llegar a Brasil todavía parece la misma de quienes pisaron por primera vez su suelo a principios del siglo XX: es, en cierto modo, estar en casa.
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