AMOR

AMOR

Un grupo de peloteros dominicanos bromeaba hace días con Máximo Nelson, lanzador del Magallanes, sobre su costumbre de celebrar algunos outs con esos gestos que él mismo ha dado por llamar “El Vuelo”.

Casi todos lo han visto. Consiste en abrir los brazos en señal de éxtasis o gozo, agachándose levemente, como si se tratara de un ave a punto de dejar la tierra.

Los compatriotas de Nelson afirmaban que tales acciones son una marca del quisqueyano aquí, solamente, porque en su país no emprende “El Vuelo”. El derecho de los turcos porfiaba que no, que él sí ha usado esa celebración en cualquier liga por donde ha pasado.

Cierto o falso, el caso pareció resolverse cuando uno de ellos buscó una tableta, bajó unos videos y, entre risas, probó su punto a Nelson. Al menos en esas imágenes que le mostraron, Nelson no “perreó”.

Perrear. De todos los neologismos del beisbol, la mayoría barbarismos, anglicismos, esta es la palabra de más ingrata pronunciación. Es un verbo inventado por los peloteros, de relativamente reciente data.

No está en el diccionario, por supuesto. Quizás derive de la cultura reggaetonera, donde perrear es una forma de bailar más o menos procaz.

El perreo es realizado mayormente por jugadores jóvenes. Es raro ver a alguien en sus últimos años, un Ramón Hernández o Tomás Pérez, en una actitud así. Casos como el de Alex Cabrera no abundan. Lo usual es que el acto sea realizado por alguien en sus 20 o 30, alguien a quien la adrenalina, el ímpetu de la competencia, lleve a soltar el bate con sobrada displicencia, a celebrar en exceso un ponche, a quedarse parado en el home para observar salir la pelota. Cosas así.

Hay perreos célebres: la euforia del Kid Rodríguez en momentos de gran tensión o casi todas las veces que la bota el Samurái. También hay perreos circunstanciales: el de Jesús Guzmán contra los Tigres en el estadio Universitario, una noche cuando la rivalidad Aragua-Caracas estaba en su punto más alto, o el vuelo que hizo el domingo Balbino Fuenmayor.

Hay managers permisivos, managers que no lo son. A Omar López, piloto de los Caribes, no le gustan esos gestos, ni siquiera cuando salen de su propio dugout. Hace dos noches aseveró que planeaba hablar con Fuenmayor, a fin de recriminarlo por sus actos contra Nelson. Lo hizo, en efecto.

Hay peloteros que asumen el perreo como una broma que hoy hacen y que mañana pueden sufrir, sin que por ello se hagan mala vida. El propio Nelson decía, hace una semana, que no le importaba si alguien le hacía mofa después de asestarle un batazo, porque estaba consciente de que, como dice la voz popular, no puede morir a sombrerazos quien a hierro mata.

Y hay quienes se molestan, claro. Esos que consideran inaceptables tales actuaciones. Los que piensan que, como profesionales, se debe respetar el juego, respetar al rival y ser respetados por los contrarios.

Al decir de un ex jonronero de nuestra pelota, Alejandro Freire, que jugó en un tiempo en el que este asunto era todavía incipiente: "Caramba, ya me ponchaste. ¿Además te vas a burlar de mí?".

Esto del perreo ha ido más allá de lo que tolera el espectáculo.

No es apropiado que se convierta en tema de una final, que amenacen golpizas y sean evidentes las burlas. Que un manager desafíe a otro, llenando de groserías los grabadores, sin importar los uniformes y el decoro del deporte que amamos.

Ya es tiempo de que la liga y los propios equipos intervengan. Que alguien sensato aparezca y llame a respetar al rival, al público que observa y al juego que les da de comer. 

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