AMOR

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Cuando comience el fragor de la final, una vez concluidos los festejos, los finalistas sufrirán los rigores del calendario y elevarán sus quejas.

Es inevitable. Ya ha sucedido antes. Y volverá a pasar.

Este año, la perspectiva es peor. Ya se había reducido de dos días a uno el descanso durante la serie de siete encuentros. Eso no es conveniente para el espectáculo. Pero ahora, debido al empate triple ocurrido en la quinta posición, al finalizar la ronda eliminatoria, estamos ante la perspectiva de una serie sin fechas libres por decisión de los propios clubes, que son los autores del calendario.

Tal cosa es negativa desde muchos puntos de vista.

Los finalistas necesitarán cinco abridores, en lugar de cuatro. En el momento en que hay menos lanzadores disponibles, porque los permisos se agotan y el spring training se acerca, cada escuadra estará obligada a sacar un quinto iniciador de donde no lo tiene, pues las rotaciones ya se redujeron a cuatro hombres en los playoffs.

Es probable que eso obligue a utilizar únicamente relevistas en alguno de los compromisos, del primero al último inning.

Al no haber días de descanso, los managers no tendrán carta libre para manejar a sus apagafuegos en encuentros consecutivos. Usualmente, los bomberos trabajan en dos o a lo sumo tres cotejos al hilo. No pueden más, por cuidar su salud y porque pierden efectividad.

En finales normales, con descanso después del segundo y el quinto duelos, todos los relevistas están disponibles para todos los días, salvo que en alguna incursión hagan un exceso de pitcheos y cosas así, propias del juego. Aquí es posible que el cerrador de uno de los involucrados no pueda tomar la pelota cuando más sea necesario, porque deba reposar.

Existe nuevamente la perspectiva de largos traslados por tierra o por avión. En ambos casos, los protagonistas de la acción acumularán cansancio, sin un día para recuperarse, pues sabido es que las carreteras y autopistas están en estado tan lamentable como la responsabilidad promedio de muchas aerolíneas, lo que obliga a demoras y largas esperas.

Todo lo descrito atenta contra la calidad del espectáculo, lo que nos lleva a dos apuntes: primero, recordar que los peloteros y técnicos no son gladiadores y merecen mejor trato; segundo, recordar que la calidad del espectáculo es una razón principalísima del auge de la pelota en los años recientes y su existencia como negocio viable.

Hay un punto adicional, ciertamente accesorio. Se trata de la Serie del Caribe. A muchos no importa esa competencia, debido al descenso de nivel que ha experimentado. Es difícil argumentar contra eso.

Pero mientras Venezuela asista al torneo, sus equipos deberían estar obligados a acudir con la mejor representación posible. Es la imagen de nuestra pelota lo que sufre. Eso, o sincerar las cosas, renunciar al clásico regional y alargar la final.

Este año, para colmo, la Serie del Caribe será en Puerto Rico. Hará falta visa estadounidense. Si los finalistas van a siete juegos, deberán levantarse temprano al día siguiente de la celebración, ir a la embajada de Estados Unidos, hacer el trámite migratorio y salir al aeropuerto, sin tiempo para buscar refuerzos.

Todo esto ha sucedido antes. Y muy posiblemente volverá a pasar.

Ignacio Serrano

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