Tal día como hoy, hace un siglo, George Herman Ruth irrumpió con su genio en las Grandes Ligas y revolucionó el beisbol para siempre.
Indisciplinado e irreverente, fue el más cervecero de todos, el más comelón, el insaciable ante las mujeres y, al mismo tiempo, un desesperado por acabar con su vida. Así era Babe Ruth, un rebelde del destino.
Con solo siete años de edad, robaba, masticaba tabaco, bebía licor y faltaba a la escuela. Por su mala conducta, sus padres lo envían a un reformatorio, donde permanece hasta los 18 años.
Jack Dunn, dueño de los Orioles de Baltimore, lo descubre y ante sus impresionantes cualidades para jugar beisbol, prácticamente, lo adopta.
Desde entonces los periodistas lo bautizaron como el “Babe” (bebé) de Dunn.
Sin embargo, cinco meses más tarde los Medias Rojas de Boston compran su contrato por 25.000 dólares.
Debutó el 11 de julio de 1914 lanzando siete entradas para conseguir la victoria. En 1919, ante la crisis financiera de los patirrojos, el dueño, Harry Frazee, lo traspasa a los Yanquis de Nueva York.
De aquí la conocida maldición de Babe Ruth que duró hasta 2004, cuando los de Boston consiguieron la Serie Mundial después de 85 años.
A pesar de su conducta, Ruth seguía metiendo gente en los parques y hasta logró que se construyera un nuevo estadio en el Bronx en 1923 ante el deseo desesperado de los fanáticos de poder ver los kilométricos batazos del zurdo.
De ahí proviene la célebre frase “La casa que Ruth construyó”.
Poder natural: doce títulos de jonronero (11 zafras con más de 40 bambinazos) y 13 veces impulsó más de 100 carreras en sus 22 años de carrera.
Murió a los 53 años de edad luego de diagnosticársele cáncer de garganta.
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