AMOR

AMOR

Por Ignacio Serrano

¿En qué falló el Magallanes? ¿Por qué fue imposible conseguir ese histórico tricampeonato, si el equipo volvió a tener una nómina con figuras y una parte de la prensa le dio favoritismo en la final?

Los turcos buscaban un objetivo contra natura. Lo normal es que no haya tricampeones en la LVBP. De hecho, lo normal es que no los haya en ninguna liga profesional. Pero claro, cuando se está apenas a tres victorias de ese logro, es lógico que haya decepción.

Puede ser que los Navegantes hayan llegado más lejos de lo que en el papel les correspondía. Eso es una muestra del fuste de esta divisa. Atravesó justificados problemas en la eliminatoria y cerró por detrás de tres equipos que fueron claramente superiores: los Caribes, los Tigres y las Águilas.

Los turcos avanzaron hasta la final sin contar con el bate de Mario Lissón durante toda la zafra, prácticamente, y a pesar de no tener la ayuda a última hora de Pablo Sandoval, como en las dos temporadas anteriores.

Avanzaron, aunque todos sus catchers faltaron o se fueron, al punto de que debieron rebuscar en el mercado de agentes libres y sacar a un Juan Apodaca que resultó una fiesta.

Avanzaron, pese a que la ofensiva fue un problema de principio a fin, al punto de obligarles a apostar todo por el bateo en el draft de la final.

A la gerencia hay que reconocerle su capacidad de reacción. El caso Apodaca es un ejemplo entre muchos, pero también la contratación de Hassán Pena como seguro de vida, en caso de que Bobby Korecky fallara. Y la adquisición de Chris Leroux por Lew Ford, cuando se reportaron Endy Chávez, Juan Rivera, Ezequiel Carrera y ya no había dónde alinear a Ford.

Esa misma gerencia convenció a Leroux de regresar y mantenerse, aunque debía irse en diciembre, y lo mismo hizo con Anthony Lerew, quien ha podido ser de gran ayuda en los playoffs, de no enfermar y perder su condición física.

Los problemas de salud de Lerew, Jonathan Herrera, Andrés Eloy Blanco y Deolis Guerra fueron cañonazos por debajo de la línea de flotación, pero los cabrialenses no sólo resistieron, sino que disputaron el primer lugar de la semifinal, superando de modo terminante a dos clubes que fueron mejores en la eliminatoria.

Carlos García fue el centro de muchos disparos en esa situación, cuando la ofensiva no producía y el tricampeonato se alejaba. Es, ciertamente, un piloto tácticamente conservador, el opuesto de Pompeyo Davalillo y sus audacias. Pero también es un líder natural de los bucaneros, un motivador, especialmente necesario cuando se está en un clubhouse con tantos astros y tantos egos. Ese liderazgo posiblemente influyó a torcer el rumbo de una mala eliminatoria.

García no fue el responsable de la caída final, como tampoco la gerencia, necesariamente. Es cierto, el enfoque antes de la serie decisiva estuvo errado. No se le iba a ganar a Anzoátegui con más bateo. Josmil Pinto terminó con .250 y Yangervis Solarte con .133, porque es lo que ocurre cuando el buen bateo se mide con el buen pitcheo. Pero la razón del tropiezo es más compleja y simple.

Al Magallanes le fallaron sus dos grandes abridores: Leroux y Omar Poveda, llegado, por cierto, en un estupendo draft de semifinal. Tres de los cuatro encuentros se perdieron con ellos sobre la loma. En el plan original, han debido ganarse.

Fue desatinado entrar a la serie decisiva sin rotación definida y todos los buenos movimientos se eclipsaron con la necesidad de reactivar a David Martínez o esperar por Johan Santana.

Aún así, es imposible ocultar que estos Navegantes hicieron más de lo que esta vez se esperaba de ellos. Quedaron muy cerca del sueño, es verdad. Pero Anzoátegui ganó, simplemente, porque fue el mejor.

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